En Juan León Mallorquín, departamento de Alto Paraná, la productora Daisy Molas Peña encontró en la cría de cerdos una alternativa económica para construir un negocio propio. Lo que comenzó hace unos años con apenas cuatro animales se convirtió hoy en una granja con más de 100 ejemplares, consolidándose como una actividad rentable y con perspectivas de crecimiento sostenido.

La decisión de Daisy tuvo un componente estratégico, transformar un problema laboral en una oportunidad productiva. Tras recibir su título en el área de la salud, no logró insertarse en el mercado formal. En lugar de esperar, apostó por el autoempleo con el respaldo del Crédito Agrícola de Habilitación (CAH). Su primer préstamo fue de 3 millones de guaraníes, monto que utilizó para infraestructura básica y compra de insumos. Con el tiempo, accedió a nuevos desembolsos que le permitieron reinvertir, ampliar instalaciones y escalar la producción.
La dinámica de crecimiento en su granja se explica por la alta tasa reproductiva de los cerdos. Cada hembra puede parir entre 10 y 12 crías por ciclo, lo que permitió que, en poco más de un año, Daisy pasara de un lote reducido a una producción estable. Actualmente comercializa mensualmente entre 12 y 15 cerdos adultos, con un peso promedio de 40 kilos cada uno. Eso representa un volumen de entre 480 y 600 kilos de carne por mes, destinados principalmente a feriantes y supermercados locales, que valoran la calidad de su producto.
La demanda acompaña esta expansión. El consumo de carne de cerdo en Paraguay ha tenido un crecimiento sostenido en los últimos años, con un promedio cercano a 12 kilos per cápita anual. En épocas festivas como fin de año, el mercado registra picos de venta que se convierten en una oportunidad adicional para los productores. “En estas fechas se busca mucho la carne de cerdo y se comercializa muy bien”, explica Daisy, convencida de que el cierre del 2025 será especialmente favorable para su negocio.
Más allá de la venta de carne, Daisy diversificó su emprendimiento. Hoy trabaja con incubadoras propias, donde produce hasta 330 pollitos por ciclo, que a los siete meses se convierten en otra fuente de ingresos. Esta estrategia le permite aprovechar el flujo de caja, reducir riesgos y mantener estabilidad financiera frente a las variaciones del mercado porcino.
El modelo productivo de Daisy se sustenta en tres pilares: acceso al crédito, reinversión en infraestructura y acompañamiento familiar. Su esposo y su suegro forman parte activa del trabajo diario en la granja, mientras que la productora proyecta una nueva inversión clave: la construcción de un galpón de mayor capacidad para alojar a los cerdos en condiciones óptimas de espacio y sanidad. Esta ampliación permitirá aumentar la densidad de producción sin sacrificar el bienestar animal ni la calidad del producto final.
El caso de Daisy es un ejemplo de cómo el financiamiento formal puede convertirse en motor de desarrollo rural. Programas como Jepytaso, impulsados por el CAH, no solo ofrecen créditos con condiciones especiales, sino también asistencia técnica para pequeños productores. En palabras de la emprendedora, “gracias al crédito agrícola es que este proyecto fue posible y hoy puedo sostenerlo y hacerlo crecer”.
Si bien todavía no cuenta con una marca definida para su granja, Daisy ha logrado posicionar sus productos en circuitos de venta confiables y con alta rotación. Esto le asegura liquidez y capacidad para seguir invirtiendo, con la meta clara de profesionalizar aún más el emprendimiento y eventualmente ampliar los canales de comercialización hacia mercados de mayor escala.
La historia de Daisy Molas es también un reflejo de las oportunidades que ofrece el agro paraguayo para pequeños y medianos productores, que apuestan por la formalización y el financiamiento. Con visión empresarial, disciplina y reinversión, su experiencia muestra cómo un emprendimiento de base familiar puede transformarse en una unidad económica sostenible, con impacto positivo en los ingresos del hogar y en el abastecimiento de alimentos para la comunidad.
Gentileza: www.latribuna.com.py
La dinámica de crecimiento en su granja se explica por la alta tasa reproductiva de los cerdos. Cada hembra puede parir entre 10 y 12 crías por ciclo, lo que permitió que, en poco más de un año, Daisy pasara de un lote reducido a una producción estable. Actualmente comercializa mensualmente entre 12 y 15 cerdos adultos, con un peso promedio de 40 kilos cada uno. Eso representa un volumen de entre 480 y 600 kilos de carne por mes, destinados principalmente a feriantes y supermercados locales, que valoran la calidad de su producto.
La demanda acompaña esta expansión. El consumo de carne de cerdo en Paraguay ha tenido un crecimiento sostenido en los últimos años, con un promedio cercano a 12 kilos per cápita anual. En épocas festivas como fin de año, el mercado registra picos de venta que se convierten en una oportunidad adicional para los productores. “En estas fechas se busca mucho la carne de cerdo y se comercializa muy bien”, explica Daisy, convencida de que el cierre del 2025 será especialmente favorable para su negocio.
Más allá de la venta de carne, Daisy diversificó su emprendimiento. Hoy trabaja con incubadoras propias, donde produce hasta 330 pollitos por ciclo, que a los siete meses se convierten en otra fuente de ingresos. Esta estrategia le permite aprovechar el flujo de caja, reducir riesgos y mantener estabilidad financiera frente a las variaciones del mercado porcino.
El modelo productivo de Daisy se sustenta en tres pilares: acceso al crédito, reinversión en infraestructura y acompañamiento familiar. Su esposo y su suegro forman parte activa del trabajo diario en la granja, mientras que la productora proyecta una nueva inversión clave: la construcción de un galpón de mayor capacidad para alojar a los cerdos en condiciones óptimas de espacio y sanidad. Esta ampliación permitirá aumentar la densidad de producción sin sacrificar el bienestar animal ni la calidad del producto final.
El caso de Daisy es un ejemplo de cómo el financiamiento formal puede convertirse en motor de desarrollo rural. Programas como Jepytaso, impulsados por el CAH, no solo ofrecen créditos con condiciones especiales, sino también asistencia técnica para pequeños productores. En palabras de la emprendedora, “gracias al crédito agrícola es que este proyecto fue posible y hoy puedo sostenerlo y hacerlo crecer”.
Si bien todavía no cuenta con una marca definida para su granja, Daisy ha logrado posicionar sus productos en circuitos de venta confiables y con alta rotación. Esto le asegura liquidez y capacidad para seguir invirtiendo, con la meta clara de profesionalizar aún más el emprendimiento y eventualmente ampliar los canales de comercialización hacia mercados de mayor escala.
La historia de Daisy Molas es también un reflejo de las oportunidades que ofrece el agro paraguayo para pequeños y medianos productores, que apuestan por la formalización y el financiamiento. Con visión empresarial, disciplina y reinversión, su experiencia muestra cómo un emprendimiento de base familiar puede transformarse en una unidad económica sostenible, con impacto positivo en los ingresos del hogar y en el abastecimiento de alimentos para la comunidad.
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